OPINIÓN
In memoriam

Tenemos que hablar: en la muerte del jurista Elías Díaz

En circunstancias académicas muy adversas, Elías escribió un libro decisivo que anticipó el diseño institucional español tras la dictadura, y prohijó una generación inigualable de maestros de la filosofía del derecho que también lo han sido míos

El jurista Elías Díaz, en una entrevista con EL MUNDO en 2019.
El jurista Elías Díaz, en una entrevista con EL MUNDO en 2019.ANTONIO HEREDIA
PREMIUM
Actualizado

Elías Díaz García (Santiago de la Puebla, Salamanca, 1934) era catedrático emérito de Filosofía del Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid. Ha muerto hoy a los 90 años.

...

Desde la estación de Nueva (Asturias), el camino transcurre asfaltado en su mayor parte. Alcanzar El Peral, la casa color ocre desde la que se quiere abrazar cualquier ángulo del paisaje, solo requiere el esfuerzo de remontar dos repechos en una caminata de 20 minutos a ritmo pausado. Pasado Ovio, sin querer, se encumbra uno en el mirador desde el que ya se divisa la ermita de San Antonio. Es imposible no abandonarse a la bajada, llegarse al camino pedregoso que, tras cruzar Picones, nace en el depósito y serpentea hasta la campa donde abundan caballos y vacas y desde la que se ve Cuevas de Mar, buena parte del valle de San Jorge, Hontoria y, en días claros, el Picu. Quienes estamos en el secreto sabemos que, a mano derecha, al final de esa cárcava que nos tienta a desviarnos de la subida hasta la ermita, quizá en busca de los míticos bufones, se esconde una playa que arrincona el alma.


Elías Díaz, a quien hasta hace poco tiempo era frecuente ver junto a Maite transitando por esos caminos, me descubrió ese paraje; y El Sucón, donde se cocinaban las mejores fabes del concejo, y Borizo, y el Camín Encantáu de Ardisana, y... Algunos años antes -demasiados ya- su voz resonante desde el aula magna de la vieja Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid también me había incitado a escucharle: "¡Lo stato contra Roma!, ¡lo stato contra Roma!", clamaba para que aquellos asistentes medio adormecidos quedaran definitivamente persuadidos de la importancia del pensamiento político de Maquiavelo. Andaba yo por tercero de carrera y después, en quinto, le tuve como profesor de Filosofía del Derecho.

Elías, en circunstancias académicas muy adversas, escribió un libro decisivo en tiempos muy difíciles que anticipó buena parte del más básico diseño institucional que los españoles nos dimos tras la dictadura (Estado de Derecho y sociedad democrática, en 1966); prohijó una generación inigualable de maestros de la filosofía del derecho española que también lo han sido míos (Francisco Laporta, Liborio Hierro, Manuel Atienza, Alfonso Ruiz Miguel, entre otros muchos); fue artífice de una revista clave en la tarea reconciliatoria entre los españoles de ambos, y de todos, los hemisferios (Cuadernos para el diálogo), y animó a sus estudiantes a conocer mejor lo mejor de nuestro pensamiento filosófico y político, la más fértil obra de los institucionistas, las sombras, pero sobre todo las luces, de nuestro pasado, en la esperanza de alumbrar así un mejor futuro.

Hubo mucho de unamuniano agonismo en Elías Díaz, en sus incisos y matices en cualquier cosa que escribiera o dijera, en la mención de todos los que pudieron haber aportado al pensamiento jurídico-político, en el afán por dar con la mejor síntesis, como el cazador de mariposas que no se conforma con la monarca que acaba de atrapar pues intuye que puede haber un ejemplar aún más vistoso que acabe inserto en la red. En su caso el Derecho positivo y el Derecho que debe ser, la simbiosis entre Historia, los hechos dados, irreprimibles, y una razón universalmente concebida, nuestro único asidero y contra toda esperanza, como dejó escrito el filósofo Javier Muguerza, otra de sus más importantes fuentes de inspiración y fructífera confrontación.

Pero también en Elías, conversador y polemista impetuoso e impenitente, se aunó, frente a Gramsci, el optimismo de la voluntad y el de la inteligencia, y así hasta sus últimos días, animado por ver florecer a sus nietos, recibir los cuidados y el amor de sus hijos y nueras, por la compañía constante e inseparable de Maite, conditio sine qua non de tantas cosas. ¿Cómo no recordar esa célebre clasificación de las corrientes iusfilosóficas españolas que hizo en alguno de sus muchos raptos de fina e inteligente ironía? Ahí está la larga entrevista que mantuvo con Francisco Laporta y Alfonso Ruiz Miguel y que se incluyó en el homenaje que con motivo de su 60º cumpleaños publicó la revista Doxa (1994). Un botón de muestra: la escuela o tendencia de los sedicentes marxistas y libertarios a la que denomina "Mientras tanto/entresueños" (Mientras tanto es una célebre publicación de corte marxista) tendría su sede social en el "Paseo de las Acracias".

Ahora que escribo estas líneas apresuradas también me viene al recuerdo aquella comida en la Universidad Autónoma de Madrid que, en los estertores de un último Gobierno de Felipe González asolado por los escándalos de corrupción y terrorismo de Estado, concitó a muchos colegas ideológicamente próximos que se presentaban, vergonzantemente, no como militantes del PSOE sino como meros simpatizantes. "No, no -les espetaba Elías-, yo soy militante, no simpatizante".

Debió de ocurrir aquello poco antes, o quizá poco después, de la última conversación que mantuvo con su fraternal amigo y compañero intelectual, Paco Tomás y Valiente, cuando la comunicación telefónica quedó truncada por las balas disparadas por un sanguinario etarra de cuyo nombre no quiero acordarme. "Tenemos que hablar" fue lo último que se dijeron. Evocando aquella jornada terrible en el diálogo que, bajo el título Autobiografía en fragmentos (2018) mantuvo con Benjamín Rivaya, recordaba Elías que su amigo Paco Tomás había escrito: "El mejor homenaje es siempre el recuerdo". Pues eso.

Me resistí en su día -como tantos otros de mi generación- a tomarme más en serio el estudio del pasado, la historia y las historias. Qué razón tenías (en esto). Tenemos que seguir hablando, Elías.

Como sea. Donde sea.


Pablo de Lora es catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid y autor Recordar es político (y jurídico): Una desmemoria democrática (Alianza, 2024)